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Accomarca: Retratos contra el olvido

Un retrato es el objeto más estimado para los familiares de las víctimas de la violencia. En 1985, luego de que el Ejército dirigiera una masacre contra la comunidad de Accomarca, en Ayacucho, los sobrevivientes huyeron llevándose el trágico recuerdo de sus familiares asesinados. Muchos no tenían siquiera fotografías para recordarlos. Sin un rostro que extrañar, su duelo era aún más silencioso, sus reclamos menos visibilizados. Treinta y dos años después el dibujante Jesús Cossio inició un proyecto para darle rostro a esas víctimas.

“Uno no se puede confiar de una mujer, un anciano o un niño”.
Subteniente EP (r) Telmo Hurtado condenado por la matanza de Accomarca.

Una silueta borrosa extraída del padrón electoral de Accomarca era la única imagen que los familiares de Benedicta Quispe Martínez guardaban para recordarla. Ella fue una de las víctimas de la masacre registrada en la quebrada Lloqllapampa por un destacamento del Ejército peruano en 1985, en Ayacucho. De su rostro apenas se distingue su oscuro cabello, manchas a la altura de los ojos y una nariz ancha. Cuando los medios y las autoridades buscan fotografiar a los deudos exigiendo justicia, a los familiares de Benedicta siempre los acomodaban en la segunda fila –al igual que a muchos otros accomarquinos. Ellos no tenían retratos de sus víctimas que mostrar.

Sin retratos, su voz –aunque sea enérgica– se escucha más bajo. La fotografía genera empatía. Los pocos retratos existentes de la mayoría de los 67 comuneros asesinados en Accomarca durante el primer gobierno de Alan García se han deteriorado con el tiempo y otros nunca fueron fotografiados. Hasta hace poco sus rostros solo permanecían en la memoria de sus familiares.

Masacre planificada

En la mañana del 14 de agosto de 1985, la patrulla “Lince 7” –dirigida por el entonces teniente del Ejército Telmo Hurtado– ingresó a la remota quebrada Lloqllapampa, en Accomarca.

Los altos mandos del Ejército estaban convencidos de que allí había una centro de adoctrinamiento del grupo terrorista Sendero Luminoso, y para exterminarlo planificaron la operación Huancayoc: dos patrullas bloquearían las vías de acceso al pueblo, otra –a cargo del teniente Juan Manuel Elías Rivera Rondón– tomaría la parte baja de la quebrada, y “Lince 7”, la zona alta.

Uno a uno sacaron a todos los comuneros de sus viviendas, mientras realizaban disparos para impedir que escapen. Los militares rebuscaron cada rincón del pueblo ayudados por perros para detectar e incautar material subversivo, pero no encontraron nada. Entonces separaron a los hombres de las mujeres, los metieron en tres chozas diferentes, y dieron la orden de descargar sus fusiles contra ellos. Al final del día, sesenta y siete personas fueron asesinadas, según el Registro Único de Víctimas. Veintiséis de ellos eran menores de edad.

Para que no quede rastro de la barbarie, “El carnicero de los Andes” –como se le conoció a Hurtado– arrojó una granada a una de las chozas convertidas en sepulcro; la incendió, ordenó a sus hombres asesinar a los desafortunados testigos y recoger todas las evidencias que habían dejado. A la fecha, solo veintitrés cuerpos han sido identificados. Según datos recogidos por el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR), siete sobrevivientes fueron ejecutados al mes siguiente de la masacre.

Ante la comisión investigadora presidida por el exsenador Javier Valle Riestra en 1985, Telmo Hurtado declaró: “Según mi decisión que yo he tomado, yo la considero correcta (...) Ustedes no viven las acciones de guerra que nosotros vivimos acá (...) A nosotros no nos agrada pero tenemos que cumplir para darles un mejor gobierno (...) Nosotros tenemos que realizar esas cosas por ustedes”. El 31 de agosto del 2016, Hurtado fue condenado a 23 años de prisión, junto al exjefe del Comando Político Militar de Ayacucho, Wilfredo Mori Orzo, y otros ocho militares.

Desde que se reabrió el juicio en el 2002 tras la caída del gobierno de Alberto Fujimori, los deudos de Accomarca enfrentaron otro problema para exigir justicia: la mayoría de ellos no tenía fotos de las víctimas. Algunos conservaban fotos pequeñas que no se podían ampliar, otros tenían fotocopias en las que ya se habían borrado los rasgos de sus familiares.

A lo largo de los últimos ocho meses del juicio, el ilustrador Jesús Cossio asistió a las audiencias del caso para hacer anotaciones y bocetos de familiares y perpetradores. Y ya antes, en el libro “Barbarie” (2010), había hecho un relato visual de esta masacre.

Al conocer a los familiares, Cossio inició un proyecto de retratos para darle rostro a las víctimas de Accomarca. Si los familiares tenían una foto, aunque sea en mal estado, los dibujó directamente. Ese fue el caso de Leandra Palacios Quispe, retratada cargando en brazos a su bebé, que también fue asesinado.

Con los demás el proceso fue más complicado: el fotógrafo Alejandro Olazo retrató a los familiares, y Cossio se basó en esas imágenes y en descripciones orales para perfilarlos. La representación de los menores de edad asesinados fue más compleja. El dibujante buscó fotos de niños ayacuchanos que le permitieran extraer rasgos que encajen en su perfil e indumentaria.

En enero de este año, durante las reuniones en el local de la “Asociación Hijos del distrito de Accomarca” en Ate-Vitarte, Cossio corrigió los trazos de los veintidós retratos.

DEUDOS. Para la elaboración de los retratos Jesús Cossio se basó en fotografías y descripciones orales de los familiares.

De los datos del Proyecto Memoria, basados en el RUV, Ojo-Publico.com concluyó que 756 habitantes de Accomarca –equivalente a más de la mitad de la población del distrito censada en el 2007– sufrieron 1.048 afectaciones durante las dos décadas del conflicto interno. De ellos, el 55% fue desplazado a la fuerza, el 36% fue torturado, el 16% asesinado y el 7% sufrió violencia sexual.

El 16 de febrero del 2017, un día antes que viajen para la inauguración del Santuario Ecológico de Lloqllapampa, en memoria de las víctimas, Jesús Cossio entregó los retratos a los deudos. La ministra de Justicia Marisol Pérez Tello estuvo presente. “Hay una fuerza política en mostrar la cara de un niño [asesinado] de esa manera”, reflexiona Cossio. Él ahora dicta talleres de historieta en colegios nacionales en seis de las regiones más afectadas por el conflicto armado interno como parte del Programa de Reparaciones Simbólicas.